“El bailarín del futuro será aquel cuyo cuerpo y alma hayan crecido tan armoniosamente juntos que el lenguaje natural del alma se habrá convertido en el movimiento del cuerpo humano. El bailarín no pertenecerá entonces a nación alguna sino a la humanidad.” Isadora Duncan
Adentrarse en el mundo del ballet es sumergirse en un universo de pasión y disciplina. Como bailarina, me vi inmersa en un viaje donde cada paso se convirtió en una expresión de arte, donde la música y el movimiento se fusionaron en una danza que trasciende el tiempo.
Crecí en el Teatro Colón, con su historia centenaria y su renombre internacional, donde tuve la oportunidad de trabajar con los maestros y coreógrafos más importantes del mundo. Ser parte de este prestigioso teatro no solo representaba el logro de un sueño, sino también el compromiso de mantener viva la excelencia artística que lo caracteriza. Cada día de entrenamiento era una oportunidad para pulir mi técnica, para explorar nuevos pasos y para descubrir la profundidad emocional que se esconde detrás de cada movimiento. La exigencia era alta, pero también lo era la satisfacción de superar los límites en cada actuación. Desde los clásicos atemporales hasta las innovadoras coreografías contemporáneas, y luego llegó el tango, abarqué un amplio espectro de estilos y géneros. Esta diversidad me permitió crecer como bailarina, adaptándome a diferentes estilos y desafiando mis propios límites artísticos.
Hoy, mientras reflexiono sobre mi tiempo como bailarina, no puedo evitar sentir una profunda gratitud por las experiencias vividas y las lecciones aprendidas. Cada ensayo, cada actuación, me ha dejado una huella imborrable, recordándome que bailar es más que una forma de arte: es una pasión que trasciende el escenario y se convierte en un viaje de autodescubrimiento y crecimiento personal.